Me invita a tomar mates con criollitos, sentados en unas sillas de madera, bajitas, de trabajo, alrededor de una mesa baja, de campo. No utiliza termo, ceba mates desde la pava. Habla pausado, y con buen tono, pensando cada palabra como si tuviera que traerlas a la memoria desde un lugar muy lejano, en el tiempo.
El galpón donde estamos está muy limpio, hay aparejos de campo de todo tipo, almanaques, bidones, cubos, todo está muy limpio. El suelo está limpio, el tambo está igual de limpio, los silos, las máquinas, nada tiene polvo, ni cacas de pájaros, ni de vacas, y todo se utiliza cada día.
Está enamorado de su campo, de sus vacas, de su cosecha. Pasa casi todo el día allí, casi todos los días del año. Su hijo le ayuda, le ha sabido transmitir su amor por la tierra, por los animales, por lo que da de sí el viento de la pampa.
Me cuenta cómo las cosechas se suceden, se siembra, se recoge, se prepara la tierra para volver a sembrar, se almacena el grano, se traslada, se vende, y se vuelve a empezar. Todo lo que dice lo dice con un cariño extremo por cada cosa, respira profundo, elige otra palabra, sonríe. ¿‘Un mate’?
Mientras bebo ese mate que ha cebado siguiendo los movimientos de su cuerpo, sin pensar en hacer algo en particular, se acomoda en la silla, se estira, levanta la pava y ceba, me alcanza el mate y se vuelve a acomodar en la silla, mira hacia un lado, disfrutando de su tierra al hablar de ella.
Me cuenta cómo las vacas dan su leche cada día, en un horario definido, y luego se van a rumiar el tiempo para hacer más leche, ‘aquí no dejamos que venga un cazador’, afirma, sin aclarar nada más. Pregunto por qué. ‘Porque un disparo haría que las vacas se asustasen, y se desconcentran, ya no querrían hacer leche, porque tienen que pensar relajadas, en silencio, sin que nada les moleste, y así hacen una leche buena, rica y abundante’.
Durante casi una hora hablamos del campo y de Europa, habla con preguntas sobre España, ‘che, allá sí que vivís bien, no?’, ‘aquí hay poca plata’, ‘las distancias son tan grandes que trasportar el grano es muy caro’, ‘allá no tenés ese problema, está todo muy cerca’, sonríe.
Heredó las tierras y la profesión de su padre, y para él el campo es su vida, ‘me ahogo en la ciudad’, dice.
Hace un gran silencio, y mirándome de reojo a ver mi reacción empieza a contar una historia, ‘aquí había uno, que era Español, gallego, jeje, bueno, no, creo que era de otro sitio de España.’ ‘Estaba todo el tiempo hablando de allá, que se quería volver, decía.’ ‘Pero nunca se embalaba para irse.’ ‘ hasta que un día vió en la tele, eso de los toros.’ ‘El tío lloraba, decía que eso era lo él sentía más.’ ‘yo no lo entendía, le decía, ¡¿pero a vos te gusta ver lo que hacen con el toro?’. Y él me decía que sí, que era un arte…’ ‘un día se volvió a España.’
‘A vos qué te parece eso de los toros?’ . Cuando le digo que me parece una barbaridad, y que espero que un día lo prohíban, se anima a hablar sobre el tema.
‘Yo nunca lo entendí, me parece una cosa tremenda, pobre animal, che, no es justo.’ ‘a mí que cada vez que tengo que vender una vaca me da una tristeza tremenda, de pensar que a un toro, con lo noble que son, le hacen todas esas barbaridades, no puedo, se me caían las lágrimas de ver aquello’, y el gallego estaba entusiasmado’, ‘¿por qué hacen eso? Si los toros son muy buenos, mansos, a veces alguno se pone loco, pero son animalitos muy nobles, yo no lo entiendo’… ‘cómo pueden?…’
Y se quedo allí sentado rememorando aquella corrida que había visto en el canal internacional con su amigo el Español, hacía ya mucho tiempo, pero nunca había podido borrar de su memoria la tortura a la que sometían a ese toro, porque él es un señor de campo, un señor que vive del campo, y que por sobre todas las cosas tiene un enorme respeto por el campo…
Me fui pensando qué diferentes son los ‘ganaderos’ en España, esos que crían toros de lidia, y esos otros que tienen enormes cortijos, muchas tierras y se calzan con medias rosas y colorines, y por dinero y egocentrismo, torturan a un toro ya maleado haciendo alarde de un valor y de una hombría que jamás tuvieron ni tendrán. Bufones de señoritos, que se divierten de que su estupidez y arrogancia los haga dar saltitos con zapatillitas de ballet, y una espada, ante un pobre toro mareado que sólo quiere que aquella tortura termine…