El toreo fue creado como divertimento de los ‘señoritos’ dueños de los cortijos y propietarios de las ganaderías, cuya raza tiene la característica de embestir, es una raza de vacas que, igual machos, hembras, adultos o jóvenes, gustan de embestir.
Cuando este ganado era atendido por los mozos en su trabajo diario, se daban situaciones, ‘graciosas’ para algunos, y ‘peligrosas’ para los que las padecías, donde una vaca embestía a la persona que acababa de darle asistencia en un parto, por ejemplo.
Entre los mozos surge la necesidad de buscar estrategias para evitar ser embestidos y se crea una especie de juego de flirteo con el peligro que fue convirtiéndose en un juego de destreza.
El hecho de que de vez en vez, alguno de estos jóvenes era efectivamente embestido, suscitó el interés de los patrones, que se divertían viendo cómo el toro cogía o no al mozo de turno.
Con la diversión llegaron las competiciones y con ellas las apuestas, así surgen los primeros ‘patrocinadores’. Gente que pagaba a algunos de sus mozos por jugarse la vida para diversión de su grupo de amigos.
Para un mozo, conseguir ser un torero, era una manera de asegurarse el sustento.
Nace una raza de gente que sólo piensa en ser torero y salir de la miseria.
Este triste y humillante comienzo, no es mejor que la actualidad del toreo, donde es tanto el dinero que se juega, que ya no se respeta nada, y el toro sale al ruedo en condiciones de tal confusión y malestar que está prácticamente indefenso ante un payaso con pantis rosas que hace alarde de buen hacer, cuando sólo actúa una pantomima ridícula, y penosa.
Una tortura, disfrazada de circo donde sólo queda esperar que el toro tengo un ápice de aliento y atine a defenderse.